Tallin, Estonia
Tallin, Estonia, es sin lugar a dudas la ciudad que no puede perderse en esta República Báltica. Tallin, turismo y Edad Media se convierten en sinónimos para el visitante, ya que el casco antiguo de esta ciudad de más de 700 años de antigüedad es su principal atractivo. Pero, no se confunda, no es el único.
De todas formas, el casco antiguo deberá ser lo primero que se acerque a ver en Tallin. Turismo que le transportará a otra época, cuando la ciudad vivió un gran desarrollo gracias al comercio marítimo y se levantaron las murallas que la defendieron durante siglos. Aunque en parte han sido destruidas, no deje de visitar las puertas que aún se pueden ver. Destacan la puerta de la playa, en la que en otros tiempos rompían las olas cuando había temporal y que está unida a un bastión conocido como “Margarita la gorda”, que recibía a los visitantes que llegaban por mar; y la puerta sur, cuyo nombre –Kiek in de Kök- significa “echar un vistazo a la cocina”, en referencia a la cercanía con las casas de la habitantes de la ciudad. En esta parte de la muralla aún se pueden ver en sus muros las huellas de los cañonazos de la Guerra de Livonia.
Dentro del casco antiguo, hay muchas cosas que ver en Tallin. Empiece por la plaza del Ayuntamiento, que se encuentra en la antigua plaza medieval del mercado. El edificio, de estilo gótico tardío, merece que le dedique unos minutos para descubrir sus gárgolas en forma de dragón.
Pero el verdadero placer de viajar a Tallin lo encontrará en pasear por las estrechas calles empedradas del centro histórico e ir descubriendo las joyas que en ellas se encuentran. Desde iglesias a pequeños callejones que unen dos calles principales y crean una atmósfera de cuento de hadas.
Una de las construcciones religiosas cuya historia no puede dejar de conocer es la iglesia de San Olaf, que se encuentra en la calle Pikk (calle larga, que atraviesa la ciudad antigua). Gracias a su torre, que hoy posee una altura de 124 metros, fue el edificio más alto del mundo –llegó a medir 159 metros, que se fueron rebajando en las tres remodelaciones de las que ha sido objeto-. No deje de pedirle a su guía que le cuente la leyenda sobre esta iglesia y su construcción, no le decepcionará.
En la misma calle se encuentra la iglesia del Espíritu Santo, que tiene el honor de ser la más antigua de Estonia y de contar con el reloj más antiguo de Tallin. De estilo gótico, en su interior debe admirar tanto su altar mayor como el púlpito barroco.
En la misma zona de esta iglesia podrá encontrar las antiguas sedes de los gremios. Algunos de los que hay que ver en Tallin son, sin duda, el Gran Gremio –que alberga un museo-, que correspondía al gremio de los comerciantes; el Salón Gremial de San Canuto, el de los artesanos, que cuenta con dos bonitas esculturas negras de Lutero y San Canuto en su fachada; o la Hermandad de los Cabezas Negras, que tomaba su nombre de San Mauricio, a quien le dedicaron un relieve en su fachada, y en el que destaca sus hermosas puertas renacentistas.
Aunque crea que no pueden existir más tesoros en la ciudad, se equivocaba. En la parte alta del casco antiguo de Tallin, turismo y arquitectura se dan la mano, pero en este caso para dejar también paso a algunas construcciones de clara influencia rusa. Entre ellos destaca la Catedral de Alejandro Nevski, que sigue el inconfundible estilo renacentista ruso, y es uno de los edificios más hermosos de toda la ciudad.
Otro de los edificios que hay que ver en Tallin es el Parlamento, que se ubica en el castillo de Toompea, de un color rosado inconfundible y de estilo renacentista, aunque sus orígenes se remontan a muchos años antes de que este estilo arquitectónico apareciera.
Del mismo color rosado está decorada la fachada del Palacio Presidencial, del que no se puede perder sus cuidados jardines y los museos de arte que alberga en las áreas visitables de este fastuoso edificio.
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